Después de varios años obteniendo éxitos, recibiendo halagos y reconocimientos, firmando autógrafos, haciendo entrevistas, etc. llega un día en que el deportista se levanta y todo eso ha desaparecido. Se retira de su modalidad deportiva y ya no hay aplausos, no hay llamadas para pedir entrevistas, la gente ya no le para por la calle para hacerse una foto o pedirle un autógrafo… el deportista pasa de ser el centro de todas las miradas a ser casi invisible.
Y es
que la retirada deportiva no sólo es
dejar de practicar el deporte a alto nivel, conlleva una serie de cambios que,
si no son asimilados, pueden tener consecuencias muy negativas para el
deportista (e.g., a nivel social, emocional, personal, familiar, económico,…). Pongámonos
en situación: En la mayoría de deportes, la retirada se produce a lo largo de
la treintena (33- 36 años aproximadamente). En esta etapa, una “persona normal”
está comenzando a estabilizar su vida laboral, económica y familiar; en cambio,
el deportista se “está jubilando”, tiene que volver a empezar de cero. Además,
pasa de no tener tiempo para casi nada, ya que, la mayor parte de su vida, se
ha centrado en su deporte y en lo que éste conllevaba (i.e., entrenamientos, competiciones, viajes,
concentraciones, etc.) a tener todo el tiempo del mundo… Su rutina de vida
cambia, pero también para la pareja y el resto de la familia.
En
definitiva, la retirada es un proceso transitorio en el que el deportista ha de
adaptarse a todos los cambios que se producen en su vida. Y esto, posiblemente,
sea uno de los mayores problemas a los que se tiene que enfrentar cualquier
deportista. Sobre todo, porque es algo inevitable. Seas quien seas, ese momento
llega y hay que estar preparado para ello.
No
obstante, no todas las retiradas deportivas son iguales. Hay algunas que son
más traumáticas que otras, ¿de qué depende? Fundamentalmente, del motivo que lo
precipita. Varios autores han señalado que la retirada puede ser:
- Voluntaria o involuntaria (Alfermann, 2000; Webb, Nasco, Riley y Headrick, 1998). Así no es lo mismo que el deportista considere que ha llegado su hora (e.g., bien porque ya no disfruta igual, porque no llega al nivel esperado, etc.) a que tenga una lesión que le impida continuar.
- Planificada o no planificada (Alfermann, Stambulova y Zemaite, 2004). De forma similar, no es lo mismo que sea el deportista quien decida cuando retirarse (e.g., “cuando cumpla el contrato en este club, me retiro”; “después de este campeonato, lo dejo”, etc.) a que sean otros (e.g., decisión del entrenador, del club, de la familia, etc.).
- Deportiva o no deportiva (Cecic, Erpic, Wylleman y Zupancic, 2004). Es decir, si existen motivos extradeportivos que puedan motivar la retirada (e.g., enfermedad, decisión familiar, etc.) o son meramente deportivos (e.g., no estar al nivel deseado, falta de motivación, etc.).
De
acuerdo con esta clasificación, cuanto mayor control tenga el deportista sobre su
retirada (i.e., que sea voluntaria y
planificada), mejor será su adaptación. En cambio, cuanto menor control
tenga (i.e., involuntaria y no
planificada) más difícil será la adaptación.
Pero
¿cómo es ese proceso de transición?